La Fugacidad de la vida
Mañana a esta hora, de Lina Rodríguez
En el panorama del cine colombiano Lina Rodríguez irrumpe con dos obras independientes que dan cuenta de unas narrativas en las que lo aparentemente “sencillo” o “simple” son el eje central de sus relatos.
Rodríguez es egresada de la Universidad de York de Toronto, Canadá, donde estudió Producción de Cine y Video; en su proceso de creación ha realizado performances e instalaciones, así como ha hecho cortometrajes experimentales que han sido proyectados en diferentes lugares del mundo. En el 2014 estrena su ópera prima Señoritas, largometraje que tuvo un amplio recorrido en festivales de cine internacional; en 2016 escribe, produce y realiza su segundo largometraje: “Mañana a esta hora”.
Este segundo largometraje se nos revela como una obra de gran e inusual sensibilidad humana. La cineasta, desprovista de muchos artificios, nos sumerge en la historia de una familia bogotana de clase media, compuesta por la madre (Lena), el padre (Francisco) y una hija adolescente (Adelaida), y que, aparentemente, vive su vida como cualquier otra familia, con momentos bellos y otras veces conflictivos. Pero de repente esa cotidianidad se rompe y esto nos sacude, porque nos recuerda que la vida es impredecible, aunque hayamos aprendido a no pensar ni reflexionar mucho sobre la dura realidad de que no sabemos qué pasara mañana. Entonces, el filme de Rodríguez nos zarandea, porque nos habla del tiempo que es efímero, y no sabemos hasta cuándo estaremos con nuestros seres queridos, esos mismos a los que a veces les demostramos amor pero otras veces, en un momento de ira, podemos herir o destruir con nuestras palabras.
¿Cómo presentar en imágenes la fragilidad del ser humano? ¿Cómo hablar de nuestra fugacidad en este mundo? ¿Cómo abordar el duelo? ¿Cómo hacerlo desde lo familiar y lo cotidiano? En Mañana a esta hora Lina Rodríguez logra resolver estas inquietudes creando imágenes con planos que se concentran principalmente en el espacio familiar, en lo que la directora llama “el espacio doméstico”; Rodríguez no fragmenta las acciones en diversidad de cortes a planos de detalle, o no usa continuamente el plano contra plano para generar un ritmo más acelerado, por el contrario, la directora elige los planos largos que pueden producir resistencia en un espectador poco habituado a este tipo de cinematografía.
La historia que cuenta Rodríguez nos lleva a pensar desde lo cotidiano, a reflexionar en nuestro tiempo, en el tiempo que tenemos, ese que compartimos con los otros, con nuestros seres queridos, y nos hace ver cómo se crean lazos afectivos tan fuertes que resisten todo eso tan azaroso que creamos en nuestra cotidianidad.
Las imágenes que la cineasta nos presenta para narrar esa historia familiar son, principalmente, largos planos fijos, sin corte, y planos secuencia móviles en los que vamos conociendo a los personajes de la familia; esa elección formal, el estilo cinematográfico, marca una estética que le exige al espectador concentrarse en lo que parece superfluo. Rodríguez quiere hacer énfasis en lo que viven los miembros de esa familia –en su cotidianidad–; momentos que aparentemente son banales. Por ejemplo: un padre y una hija tendidos en la cama viendo televisión, o las actividades rutinarias de la madre, Lena, en el trabajo, o los ratos que comparte con sus amigos la hija, Adelaida, en los que hablan de sexo y ciertos tabúes que hay en la sociedad. Momentos con los que podríamos sentirnos identificados porque en alguna tarde de nuestras vidas llegamos a hablar de sexo con nuestros amigos o porque hemos tenido conversaciones parecidas en nuestros trabajos o las mismas intimidades con nuestros familiares. Muchas de esas atmósferas cotidianas de Mañana a esta hora también las hemos vivido. Nos empezamos a ver en esos personajes que son, como uno, del común. Este es el otro gran valor de la película: el hecho de que Lina Rodríguez quiera hacer un filme que es sobre cualquiera de nosotros.
La película tiene una estructura aparentemente sencilla. Es un filme en dos tiempos: un antes, en el que la familia está “completa” y se exponen unos afectos, unos espacios, una cotidianidad, y un después, cuando el duelo y la ausencia van a marcar a los personajes y a definir cómo ellos deben afrontar esa muerte repentina que les cambia la vida y la forma de relacionarse. Esta estructura en dos tiempos también marca la estética visual y sonora de la película, en la que vemos esa primera parte animada con una luz natural, más cálida, y unos sonidos más vivos, más parlamento, más acciones en la puesta en escena, y una segunda parte en la que lo sombrío va a acentuar la atmósfera del duelo, del dolor. De esta manera, la dirección de fotografía se orienta hacia una estética del claroscuro. La directora afirma que en esta segunda parte buscaba resaltar las siluetas de los personajes en un espacio marcado por la ausencia. Esta consigna muestra la sutileza y lo significativo del proceso creativo de las imágenes.
Rodríguez opta por representar el duelo con silencios que se prolongan. También busca, desde el fuera de cuadro, romper ese silencio y hacer, por ejemplo, que un vaso se quiebre en off, consiguiendo así aludir a esa tensión y a ese rompimiento que ha producido la muerte de la madre.
Es importante resaltar la austeridad como una cualidad de este filme. Aquí no hay grúas o movimientos pomposos que nos recuerden todo lo artificioso que puede llegar a ser el cine, ni hay una iluminación que busque que todo se vea, como es común en un cine comercial o en un seriado de televisión y aun en el cine estándar.
En esta obra se destacan los diálogos que la directora construyó de la mano de los actores. Son diálogos dotados de una maravillosa espontaneidad que nos hacen creer en los personajes y en las situaciones que la cineasta ha ideado. Estas son vivencias complejas. Allí están los conflictos propios de una adolescente en pleno reconocimiento de su ser y su rebeldía, la tensión entre madre e hija. Allí también los espacios sagrados de cada personaje en tensión con la vida familiar. La pérdida de la madre, por muerte súbita, y el proceso de duelo, en el que al final tanto padre como hija terminan por aceptarse, indican que la vida continúa y los afectos, los vínculos de amor siguen vivos y no se pueden borrar. Estos elementos resaltan el valor de la obra que nos enfrenta con el tiempo y con lo más implacable de la existencia: la fugacidad de la vida.
Lina Rodríguez produjo su ópera prima Señoritas, y luego Mañanaa esta hora, por fuera de los fondos estatales de cine de Canadá y Colombia, pudo autofinanciarse y obtener recursos de becas para artistas en Canadá, lugar en donde vive desde hace casi dos décadas; sus dos filmes han trascendido fronteras, demostrando que se puede hacer un cine auténtico, y expresarse de una manera personal; Mañanaa esta hora es una obra que tiene la cualidad de tocar muchas fibras, al enfrentarnos a pensar en lo impredecible, en nuestra fragilidad.