Das weisse Band – La cinta blanca
Pequeños redentores
La cinta blanca (Das weisse Band, 2009) es el resultado de un proyecto que fue concebido inicialmente para una miniserie de televisión de tres capítulos que no había podido realizar Michael Haneke por falta de presupuesto; una década después, el director alemán estrena el filme de 150 minutos, en el cual participó el reconocido guionista francés Jean-Claude Carrière. Ganadora de la palma de Oro en el 2009, el filme describe el ambiente represivo de esa Alemana protestante, que precedió al nazismo.
La historia transcurre en un pueblo de Alemania, en la primera década del siglo XX, justo antes de estallar la primera guerra mundial. A manera de cuento, Haneke, utiliza un narrador en off (el profesor del pueblo) quien va guiando el relato en un tiempo lineal, en el que se suceden los extraños incidentes que acontecieron allí, comenzando con el inexplicable accidente del médico.
Como era de esperarse, Haneke -con su estilo ya particular-, deja incógnitas regadas durante toda la narración, generando en el espectador una imperante necesidad de crearse hipótesis que den respuestas a cada uno de los misterios que se van presentando.
Aunque resulta evidente que el accidente del médico fue un atentado premeditado, éste asunto rápidamente pasa a un segundo plano, y queda con todos sus interrogantes abiertos, mientras que la atención se vuelca en la muerte trágica de la esposa del labrador; una humilde mujer a la que el administrador de la granja del Barón, ha cambiado de puesto, con la excusa de apartarla de los trabajos pesados.
Como si se tratara de una maldición, la muerte de ésta mujer desencadena otros hechos nefastos en su necesitada y numerosa familia, que terminará perdiéndolo todo. En esta parte de la historia, Haneke retrata –descarnadamente- cómo funcionaba la economía en estos pueblos pequeños de la Europa Central a principios del siglo XX, que dependían de una familia adinerada, la cual subyugaba a la mayor parte de la población, que le temía y le hacía caso. En La cinta Blanca, el Barón es el que domina la economía de la aldea, determinando las ganancias de los campesinos y su supervivencia.
En otro rango, pero con otro tipo de influencia, se sitúa al pastor, aquel que impone un régimen de terror con su discurso religioso; terror que calará –especialmente- en la mente de los niños y adolescentes del lugar.
La violencia en La cinta Blanca, no es sólo física; sin embargo, no deja de ser la que más impacta. Para describirla, el director no opta por escenas morbosas en las que se presenten uno a uno los detalles de las diferentes agresiones. Por fuera de campo quedan los pormenores de cómo se ejecuta la violencia en todo el filme, sin embargo, resulta aterrador ver el resultado de las diferentes torturas.
De la misma manera, el director también muestra cómo era impartida la violencia intra familiar, y coloca a aquellos que son los que “más sirven a la comunidad”, como los verdugos de sus propios hijos. No deja de estremecer la sutileza con la que cuenta el tema del abuso sexual del médico a su hija de 14 años; en una secuencia escalofriante, vemos al pequeño Rudolph (hermano menor de Anni) que al verse sólo, sale llorando por toda la casa a buscar a su hermana porque no la ha encontrado en el cuarto cuando él despertó en la noche; la manera como termina encontrándola con su padre, mientras que su hermana disimuladamente se baja la bata y, con lágrimas en sus ojos, le dice al ñino que su padre le estaba perforando las orejas para ponerse los aretes de su madre; esos gestos de angustia y de dolor de Anni, -al mismo tiempo que el padre se termina de acomodar el pantalón-, bastan para generar todo el repudio y aversión hacia el padre violador.
La otra violencia -que no es menos importante-, es aquella que se implanta con el poder de la palabra, y que en la película se hace explicita con el discurso religioso. La educación que imparte el pastor a sus hijos, está cargada de esa violencia sicológica, que va a ir de-formando el pensamiento de Martín y Klara, quienes terminarán queriendo resarcir las faltas de los demás, tomando como suyo el discurso religioso.
Durante toda la narración estará implícito el tema de la religión, e irá tomando mayor importancia a medida que se van relatando cada uno de los sucesos. Sin embargo, esto se hará más explicito con la nota que dejan “los redentores” luego de la tortura al pequeño Karl, el hijo de la partera: “Por mí, ¡oh Señor, tu Dios!, castigando a los niños por los pecados de sus padres, pecados de las terceras y cuartas generaciones”, (esta nota también termina cerrando el anterior episodio de la tortura de Sigi, el hijo del Barón, que también había quedado sin esclarecer). Es así como la tortura al hijo retardado de la partera termina convirtiéndose en el último eslabón para que el profesor del pueblo complete su hipótesis de que son los niños liderados por Klara y Martín quienes han impuesto los castigos.
Haneke no cierra las incógnitas que deja regadas en su relato; aunque provee pistas claras para poder inferir que son los niños quienes se han atribuido el título de “redentores”, y cómo han interiorizado la enseñanza absolutista que han recibido del pastor. Sin embargo, tampoco se interesa por entregar respuestas y crear un final cerrado, sino que, siendo fiel a su estilo, sarcásticamente relata cómo el pueblo, por librarse fácilmente de las culpas, termina atribuyéndole todos los delitos al medico y a la partera (quienes inexplicablemente han huido). Ya sin culpas, el pueblo recibe el anuncio de la guerra.