Amrec

Un angelito empantanado

“La peor vergüenza es la que viene después de que no se hace lo que se debería”

Andrés Caicedo

Existe una polémica acerca de la obra literaria que deja sin publicar una persona que se suicida. Muchos creen que este tipo de obras cobra valor precisamente por el escándalo que este acto representa en una cultura en la cual aún se condena el hecho de quitarse la vida por asemejarse a un sacrilegio. Así, aunque el escritor “maldito” pierde credibilidad para algunos, para otros se convierte en un objeto de culto.

Si Andrés Caicedo viviera, tendría 56 años, y no podemos adivinar cuántos libros habría escrito, o si, por el contrario, el cine y el teatro lo hubieran absorbido tanto como para que su afición por la escritura menguara. Esta suposición, de todos modos, es poco creíble, porque él, desde muy temprana edad demostró que su gran pasión era la escritura, alcanzando a ver publicadas sus dos primeras novelas: El atravesado (1975) y Que viva la música (1977).

Fueron numerosos los archivos que dejó guardados en sus baúles y que dan cuenta del rigor con que escribía, demostrando su obstinado empeño al depurar una y otra vez sus escritos, haciendo varias versiones de sus cuentos y novelas inconclusas, de sus reseñas de cine y de su riguroso plan de lectura, del cual tenía un libro lleno de comentarios que, en su mayoría, estuvieron archivados por años, hasta que fueron rescatados del olvido por sus familiares y amigos. Por lo tanto, sería una falacia afirmar que la obra de Andrés Caicedo es una obra accidental y que su valor radica en el escándalo de su muerte.

Tal vez su afán por “vivir y dejar obra” lo llevó a escribir y leer tan intensamente, y pese a que siempre manifestó que vivir más de 25 años era una desfachatez, sus planes como escritor auguraban otro destino, pues antes de su muerte tenía, entre otros planes, seguir con el siguiente número de su revista Ojo al Cine (alcanzó a editar 5 números), publicar un libro de cuentos y otro sobre los Rolling Stones, planes inconclusos que pueden demostrar que Andrés no solo pensaba en su muerte, sino que también pensaba en la vida. Por eso es que muchos creemos que, en el tercer intento de suicidio, se le fue la mano y no pudo despertar más.

Han pasado 31 años desde su muerte, y a través de su obra lo podemos imaginar caminando por las calles de Cali con su libro de Allan Poe bajo un sol abrumador, o actuando y dirigiendo en las obras de teatro que montó con los del TEC –Teatro experimental de Cali-, o filmando junto a Carlos Mayolo su película inconclusa Angelita y Miguel Ángel. Caicedo vivió a un ritmo inusitado, como el de las canciones de Richie Ray y Boby Cruz, aquellas que escuchó en las diferentes rumbas que gozó y sufrió en su ciudad natal, un ritmo bestial en el que vivió a una velocidad acelerada, y lo hizo producir una obra literaria que solo pudo ver publicada a medias, ya que su madre fue la gestora de la publicación de su primera novela corta El Atravesado, y dos años más tarde (el día de su muerte) recibe el primer ejemplar de su novela Que viva la música

Luego sus amigos Luis Ospina y Sandro Romero, se dieron a la tarea de recopilar aquella obra inconclusa y pudieron mostrarle al mundo que Caicedo era un escritor empedernido y que su obra no era valiosa por su muerte sino por su talento y la espontaneidad que tenía al describir una juventud que con el paso de las décadas tienen cada vez más en común. Por eso sus continuos lectores siguen siendo los jóvenes, que ven en los escritos de Caicedo unas vivencias comunes.

Los libros que dejó Andrés Caicedo, no son solo los que su imaginación creó, son también los escritos que su familia archivó y que luego de 30 años quisieron divulgar, como los diarios que guardó para él celosamente, y que fueron sacados a la luz, para desnudar la personalidad de aquel angelito empantanado, sensible y precoz, que quiso vivir más rápido de lo que cualquier jovencito de su edad lo haría, porque se empecinó en creer que vivir más de un cuarto de siglo era demasiado para un adolescente que no quería crecer.

Cuando se cumplieron 30 años de la muerte de Andrés Caicedo, editorial Norma se da a la tarea de publicar los textos más íntimos sobre Andrés Caicedo, el primero: El cuento de mi vida, libro que recoge los diarios que dejó Caicedo y que de una manera desgarradora nos muestran los diferentes momentos de su vida, sus amores, sus gustos personales, y sobre todo sus sueños. Luego vino el libro escrito por Sandro Romero: Andrés Caicedo y la muerte sin sosiego, un libro que da cuenta de la admiración de Romero hacia Caicedo, y en el 2008, la editorial lanza, El libro negro de Andrés Caicedo, la huella de un lector voraz, en el cual se encuentran consignadas 135 reseñas que tenía clasificadas sobre escritores latinoamericanos, colombianos, norteamericanos y europeos.

En este libro vemos a un lector exigente que sin ningún reparo destruye o enaltece, sus juicios son los de un crítico sincero y espontáneo, pero a la vez es implacable cuando lo que ha leído no lo convence. Allí no solo está consignado el gusto personal de Andrés Caicedo por escritores latinoamericanos como Juan Rulfo y Julio Cortázar, y las críticas favorables a los escritores colombianos Fernando González, Fernando soto Aparicio, y Héctor Rojas Herazo, sino que también podemos leer los mordaces comentarios a obras importantes como la novela Absalòn, Absalòn de William Faulkner, o de Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, las cuales llena de calificativos despectivos. Entre otras reseñas importantes, se destacan las que hace sobre los escritores: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes James Joyce, Henry Miller, Nataniel Nawthorne, Edgar Allan Poe, Mark Twain, y de Eugene Ionesco.

El libro negro de Andrés Caicedo, la huella de un lector voraz, es también un catálogo de libros de gran importancia, además que sirve como un registro de lectura a seguir, es un libro que sirve de consulta para aquellos que solo quieren saber a grandes rasgos la nacionalidad de un escritor, o las pequeñas reseñas de tal o cual obra.

Jueves, 4 de diciembre de 2008