«Mis historias son algo más que mis historias, son la recopilación de lo que comenta la gente, lo que veo en las calles, lo que yo mismo vivo”
Victor Gaviria
En busca de la realidad
En la obra de Víctor Gaviria existen dos temas principales: las realidades marginales y los niños. Gaviria es un autor que, además de haber incursionado en la literatura a través de la poesía, logra transmitir en sus películas una gran sensibilidad, mostrando con realismo las historias que elabora a través de una concienzuda investigación que realiza en el proceso de pre-producción, y logrando capturar, de cada una de esas historias, pequeños detalles que enaltecen sus narraciones, retomando esa otra ciudad que muchos ignoran.
Sus guiones, en su mayoría, son relatos de personas que se integran a sus películas para elaborar un material con una gran dimensión social. Gaviria utiliza técnicas documentales para recrear con gran naturalidad a la gente común y su cotidianidad, y obtiene, así, películas con un alto contenido social, pues construye los personajes, los diálogos, los espacios físicos y la película como tal, basado en la compleja realidad.
Un cine atento al otro
Para Gaviria, el cine es un medio para el conocimiento de la vida que debe de abrir la posibilidad de mirarnos, sin llegar a estigmatizarnos; un cine donde el director se encuentre más comprometido con la comunidad.
Siempre ha trabajado con actores naturales que no han tenido ninguna educación artística, los pone a actuar en situaciones similares a las que han vivido, son personajes que no están disfrazados, que logran escenificar muy bien los relatos para crear una perfecta ilusión estética de la vida. Para este director los actores naturales son, en primer lugar, personas con grandes cualidades humanas, personas que pueden aportar ese toque de originalidad que tiene cada una de sus producciones.
Es por esto que, en el proceso de rodaje, él prefiere que los actores no se preocupen por la cámara, ya que esto facilita que no tengan que actuar diferente a como son en la vida real, y, para que no lleguen a teatralizar el lenguaje, la cámara es la que sigue a los actores.
Además, la puesta en escena, el manejo de la cámara, la fotografía y el sonido se integran para obtener como resultado un trabajo que refleja la realidad social. También el cineasta suele utilizar, y sobre todo lo hacía en sus inicios, la técnica del plano secuencia, grabando siempre en lugares reales, lo cual le facilita el plasmar la autenticidad de los actores.
En general el trabajo de Gaviria tiene un alto nivel de compromiso, él se interesa por mostrar las condiciones sociales y estructurales de esta sociedad. Ha desarrollado un trabajo arduo de acercamiento a la gente del común, a los barrios populares en donde abunda la ausencia de estado, él pretende mostrar el padecimiento que sufren esos otros habitantes de la ciudad.
Antecedentes
Víctor Gaviria llega al cine por casualidad, gracias al regalo de una cámara que le hizo su hermana, desde allí empezó a despertarse en él un interés por el mundo audiovisual, ya que antes en sus planes nunca había estado como objetivo dedicarse al cine.
Específicamente le llamaba la atención el tema de los niños, y por intermedio de una prima que era profesora en un instituto de niños ciegos, logró acercarse a su cotidianidad y construir una historia con las vivencias de ellos. Es así como realiza su primer trabajo audiovisual en formato de Super 8mm, que se llamó Buscando Tréboles.
En esos días en Medellín había un gran entusiasmo por el cine, generado por los cine clubes y el sacerdote Luis Alberto Álvarez. Gaviria participa en el concurso organizado por la Cinemateca El Subterráneo y gana el concurso entre aproximadamente 32 trabajos realizados por fotógrafos, pintores y cinéfilos de la época: “Yo no tenía ninguna formación cinematográfica, fue una casualidad, como todas las cosas buenas de la vida, el cine me entusiasmó de una manera tremenda, tanto que me puse en la tarea de aprender”.
Su gran maestro fue Luis Alberto Álvarez a quien visitaba diariamente: “me iba todos los días a la casa de Luis Alberto Álvarez, él nos acogió a todos, y todos los días había como un rito, primero conversábamos con él como unas dos horas, lo acompañábamos a hacer sus trabajos –unos programas radiales– y por la noche, como él tenía un proyector de 16mm y recibía todas esas películas del Instituto Goethe, aprovechaba para mostrárnoslas. Empezamos a ver cine todos los días, y él nos hablaba de los grandes directores; fue nuestro maestro”.
Cine – Realidad
Entonces Gaviria empezó a hacer guiones con sus recuerdos de infancia. Hizo un guion sobre niños que se llamó La lupa del fin del mundo, una historia que vivió cuando se murmuraba acerca del fin del mundo en 1962: “yo de niño tendría como siete años, estaba en el colegio, me acuerdo de ese pánico tan tremendo y en las conversaciones de los adultos, entonces escribí sobre ese recuerdo, lo que conversaban mis amiguitos de recreo y lo mezclé con unas historias que mi hermano me había contado, y Luis Alberto Álvarez me acompañó a rodar la película, es más, él hizo el sonido”.
Después de la enseñanza que recibe de Luis Alberto, realiza otro mediometraje llamado El vagón rojo, que también es inspirado en los niños. Desde entonces se empieza a interesar por las realizaciones con actores naturales: “Había una cosa en Medellín y es que cuando uno buscaba actores de teatro, eran demasiado sobreactuados, era casi imposible quitarles esa forma de actuar, a mí me gustaba por ejemplo una película como Los 400 golpes de Truffaut, que había visto en cine clubes, también la de Cero en Conducta de Jean Vigo, que tenían temas de niños”.
Por esa época comenzaron las convocatorias en Focine para financiar cortos y mediometrajes, oportunidad que Víctor Gaviria aprovecha para incursionar en formato profesional. Gracias a los premios que se gana en Focine realiza La vieja guardia, una historia de ferrocarrileros basada en el cuento de Juan Diego Mejía, Los habitantes de la noche y Los músicos, inspirada en el cuento del escritor portugués José Cardoso Pires. Sobre esos cortometrajes, recuerda: “En todo ese trabajo aprendí que se puede hacer cine con actores naturales, que se pueden resolver los problemas del guion, de los diálogos, y darles a las películas un sello de verosimilitud”.
Después de varios cortos y mediometrajes en donde prima el tema de los niños, quiso realizar un video para Teleantioquia sobre leyendas antioqueñas, cuentos de espanto y la malicia del paisa. Con esta visión produjo Que pase el aserrador, un cuento clásico antioqueño de Jesús del Corral.
Rodrigo D se estrena con mucha dificultad en 1990; sin embargo, es la primera película colombiana que logra estar nominada a la Palma de Oro en la competencia oficial del Festival de Cine de Cannes (1990); también llegaría a presentarse en otros festivales en España y Cuba, pero con la desaparición de Focine, en ese año, empezaron a verse las dificultades para la creación de una industria colombiana de cine: “Focine impulsó a aprender a hacer cine, fue una especie de escuela, haciendo mediometrajes, ahí se prepararon los sonidistas, fotógrafos, directores, directores de arte. Ahí fue donde se preparó la primera generación de cineastas, y si no es por Focine estaríamos muy lejos del cine”.
Después de realizar Rodrigo D, Víctor tenía acceso a ese otro mundo, el de las vivencias de esos muchachos de las comunas, que le sirvieron como actores naturales, y gracias a una convocatoria del canal de televisión alemán ZDF, realizó el documental Yo te tumbo, tú me tumbas, que retrata las vivencias de los personajes que actuaron en Rodrigo D.
Luego realiza un documental para el Instituto de Bienestar Familiar: “Yo estaba totalmente sumergido en esa otra ciudad, llena de necesidades, vitalidades, y yo tenía unas ganas enormes de hacer historias con estos personajes de esa otra ciudad, que es ahora la ciudad que uno sobrevuela en el metrocable, es una ciudad muy conmovedora, de una gran humanidad. Yo me había dado cuenta de que sí podía trabajar con actores naturales, y hubo un momento, en donde conocí unas niñas en un instituto para niños de la calle, me parecieron muy interesantes y lo que ellas contaban era urgente de plasmar.
“Pensé en hacer una película con esas niñas, pero necesitaba una historia y casualmente había releído el cuento “La vendedora de cerillas” a mí me parecía que esas niñas tenían mucho en común e inmediatamente hice una adaptación, una especie de guion literario que titulé La vendedora de rosas. El cuento me dio una plataforma para investigar, realicé una investigación urbana, que fue el mismo proceso de Rodrigo D… Realmente no hago sino ese proceso, el mismo que realicé para Sumas y restas”.
Fluyendo con el mundo
Víctor Gaviria, generalmente trabaja a raíz de una estructura provisional que va cambiando a medida que empieza a investigar. Para él, primero se debe hacer un trabajo documental sobre el tema y recoger todos los elementos posibles, como el lenguaje, las anécdotas, la forma, los recursos narrativos, etc.
En la producción de Sumas y restas (2004) existe una diferencia respecto a los anteriores trabajos: “En Sumas y restas hay una diferencia que se nota en la película, y no sé si para bien o para mal, consiste en que realmente el guion de las películas anteriores no tenía una estructura narrativa muy fuerte, sino que se iban integrando elementos para las historias. No tenía una historia causal que en el cine es muy importante, es hacer una historia en donde todos los elementos tengan que ver entre sí, en donde no hay elementos casuales sino causales. Las dos primeras películas no tienen esa estructura, son estructuras totalmente sueltas, son más poéticas, en Sumas y restas, si hay una causalidad”.
Gaviria ha recorrido la calle, se ha encontrado con personajes que le cuentan sus historias, se ha interesado en esos relatos, ha investigado y ha logrado plasmar diversas problemáticas que aquejan a nuestra sociedad, su cine resulta indispensable; algunas personas no han entendido ni entenderán su trabajo, otros, estaremos atentos a lo que siga haciendo a través de las imágenes.
Agosto de 2007