Amrec

El placer de ver las artes plásticas en la dimensión del tiempo

El placer de ver las artes plásticas en la dimensión del tiempo

(…) entonces ese puente con el pasado, de poder usar las técnicas antiguas y multiplicarlas con la tecnología, de preguntarse en el tiempo real, y su asociación con la música, para nosotros es definitivamente central, y eso exige un conocimiento de los oficios convencionales, razón por la cual tengo también una vía plástica, paralela a la vida cinematográfica”.

Carlos Santa

La amenazada dignidad del artista

La vida cinematográfica de Carlos Santa, repele con las formas de producción comercial, y aunque esto ya se hacía evidente en sus dos primeros cortometrajes (El pasajero de la noche –1989–, y La selva oscura –1994), la posición del director se vuelve más radical en Los extraños presagios de León Prozak (2009), su primer largometraje animado, filme en el cual Santa reivindica su interés por hacer notorio su hastío hacia el mundo del espectáculo. 

El largometraje es fruto de una década de trabajo; en él el director logra reunir a diferentes artistas plásticos, creando un filme colectivo con multiplicidad de técnicas que enriquecen la historia de León Prozak, un joven artista que termina alquilándole su cabeza al diablo, Mefisto Ritalini. La película tiene entonces una estructura en la que se cuenta la historia de Prozak (desde que conoce a Mefisto), pero a la vez esa historia esta hilada por una narración visual, plástica, que en el relato hace parte de la imaginación de Prozak, mientras le va mostrando a Mefisto lo que puede ofrecerle para su circo.

El circo, como inicialmente pensó llamar Santa a su largometraje, es el tema central del filme; a través de éste tema el director mostrará su aversión a lo que él llama el circo contemporáneo: los medios de comunicación. De la misma manera, hace una dura crítica al artista que se vende y se deja seducir por el espectáculo, terminando sometido al juego del mercado: al entretenimiento y lo superficial.

El filme, en su mayor parte, tuvo una estructura musical construida a priori, que iba determinando el tiempo y el ritmo de cada secuencia; Santa trabajó con partituras cuyas duraciones luego fueron convertidas a números de fotogramas; el valor agregado, es que la película se basa entonces en una estructura musical, de la cual se encargó el compositor Luis Pulido; aunque también en esta estructura hubo algunas excepciones, como las secuencias de Adriana Espinoza y la de Edgar Álvarez, en las que esa estructura musical fue elaborada a posteriori

Muchas de las imágenes que nos presenta Santa son abstractas, y por lo tanto, se prestan a muchas interpretaciones; y es que no debemos buscarles una explicación lógica, porque esa irracionalidad también carga de un valor simbólico a cada uno de sus trabajos; sus filmes pueden verse una y otra vez, porque siguen aportándole al espectador, aun cuando se hayan visto varias veces.

Con el primer visionado de Los extraños presagios de Leon Prozak, queda la sensación de que el director hizo varias películas condensadas en una que no puede ser asimilada en su totalidad, porque en cada número de Prozak hay un ritmo vertiginoso, que dificulta que uno pueda asociar cada secuencia con las siguientes; entonces mientras pensamos lo que el autor nos ha mostrado en tal o cual secuencia, ya han pasado otras imágenes que no hemos podido observar porque, aunque tengamos nuestra mirada en la pantalla, aun persisten en nuestra mente las imágenes de lo que antes estábamos viendo, hasta que de un momento a otro nos damos cuenta que ya han pasado muchos segundos, volviéndose a repetir todo esto como un ciclo; de ésta manera, cada espectador, por sus afinidades e intereses, recordará diferentes momentos del filme, lo cual no resulta un inconveniente, sino que hace que la película pueda disfrutarse una y otra vez, sin temor a que pierda su encanto.

Aparte del homenaje a Fellini, con su acto del hombre bala que se rehúsa a bajar del espacio porque el mundo sigue igual de mal, hay momentos que resulta difícil obviar. Una de estas secuencias es la  de la artista Adriana Espinoza, con el tema de Los desaparecidos. Los rostros que dibuja vienen acompañados de audios reales de las personas que están buscando a sus desaparecidos; aquí el diseño sonoro  transmite la impotencia y angustia de aquellos que no han podido encontrar respuesta, y queda la sensación de que en esa secuencia estuviéramos viendo a los miles de desaparecidos en Colombia. Es igual de impactante el trabajo de Gustavo Zalamea, quien recrea dos obras: La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, y La Balsa de la Medusa de Théodore Géricault, en un tríptico que tiene como tema un naufragio, con el Capitolio hundiéndose de fondo, como si esa libertad se hundiera en éste tiempo con todos sus ideales. También resulta inevitable no mencionar a un artista tan reconocido como David Manzur, quien ofrece al director un San Sebastián para que lo incorpore al filme; Santa ejemplarmente lo emplea en una secuencia en la que el protagonista hace irónicamente alusión al circo romano.


Es destacable como el director logra integrar las muchas técnicas que los artistas emplearon; la larga lista incluye el trabajo con óleo, acuarela, acrílico, grabado, carboncillo, tinta china, junto con otras técnicas directas que no permiten dejar un registro permanente, como la arena sobre vidrio, pintura sobre vidrio, tiza sobre tablero, plastilina, pintura sobre el cuerpo, además del trabajo de animación convencional, y de animación digital.

La genialidad del autor no radica en exhibir su capacidad de reunir a un grupo grande de colaboradores para conformar un filme con múltiples técnicas,  pues el valor artístico no depende de la técnica ni de la cantidad de recursos, sino de la forma y la intención que exprese la obra; Carlos Santa en Los extraños presagios de Leon Prozak, se encarga de demostrar que aunque para “el circo” el arte es sólo un instrumento del entretenimiento; también otros han logrado sobrevivir dándole dignidad e inteligencia a su trabajo.